jueves, 29 de diciembre de 2011

Guerra y Paz, León Tostoi

En junio de 1812, Napoleón se adentró en Rusia al mando de alrededor de 600,000 hombres y con más de 50,000 caballos. Su plan era concluir la guerra dentro de 20 días, derrotando a los rusos al forzarles a pelear en una gran batalla. Cuando alcanzó Moscú, en septiembre, más de 200,000 soldados franceses ya habían muerto. Napoleón cruzó hacia Polonia,derrotado, a inicios de diciembre del mismo 1812, con menos de 100,000 soldados de su ejército.

En la derrota de Francia en su campaña contra Rusia (1812), se tiene presente la logística con que Napoleón distribuía su ejército como falla principal: cuerpos móviles que podían concentrarse allá a donde se requirieran, generalmente para conformar el gran ejército en un solo cuerpo. Para evitar que las tropas fueran retrasadas por los carros de suministros, Napoleón insistía en que sus tropas se auto abastecieran lo más posible de los campos por los que transitaban (mientras que un soldado podía marchar de 15 a 20 millas al día, un carro de suministros estaba limitado a avanzar entre 10 y 12 millas al día). Estas unidades cuasi autónomas, moviéndose tan rápido como les era posible por distintos caminos, abasteciéndose a sí mismas de lo que encontraban en los caminos por los que pasaban, se movían ágiles, y coincidían frescas en su objetivo. Así se manejaban en Europa, pero, al adentrarse en Rusia, al toparse con pocos caminos por los que circular, malos y sin mantenimiento, tuvieron que avanzar por los mismos caminos los distintos cuerpos militares; así, mientras los primeros cuerpos que avanzaron pudieron abastecerse de lo que iban encontrando, no pudieron hacer así los siguientes cuerpos militares que transitaban por los mismos caminos: ya no encontraron con qué abastecerse.


León Tolstoi (Lev Nikolaevich Tolstoi) nos regala su visión de este acontecimiento en la Guerra y Paz (1869); en la parte I del capítulo V:

"¿Por qué había llevado Bonaparte sus ejércitos a Rusia? Porque estaba escrito que iría a Dresde, que la adulación lo trastornara, que se pondría un uniforme polaco, que sufriría la influencia embriagadora de una hermosa mañana de junio y, por fin, que la cólera había de dominarle en presencia de Kurakine y de Balachoff.

Considerábase ofendido personalmente, Alejandro se negaba a entablar negociaciones; Barclay de Tolly ponía todo su cuidado en mandar bien su ejército, no sólo por cumplir a conciencia su deber sino también para conquistar fama de gran capitán; porque habíale sido imposible resistir al deseo de dar una buena carrera al galope sobre una hermosa llanura... y así obraban todos, impulsados por sus disposiciones particulares, por sus costumbres o por su deseo. Sus temores, sus vanidades, sus alegrías, sus críticas, todos aquellos sentimientos, creyendo proceder a su libre albedrío, eran los instrumentos inconscientes de la historia. Tal es la suerte invariable de todos los agentes, tanto menos libres en su acción cuanto más elevada es su jerarquía social.

Los hombres de 1812 han desaparecido ya de sobre la tierra; sus intereses del momento no han dejado ningún rastro; pero los efectos históricos de aquella época son visibles y comprendemos por qué la Providencia asignó a cada individuo una misión que cumplir en la obra colosal, de que ni ellos, ni Alejandro, ni Napoleón tenían seguramente idea.

Ocioso sería discutir ahora las causas que ocasionaron el desastre de los franceses: sin duda alguna, su entrada en Rusia en un estación demasiado avanzada, la ausencia de preparativos para una campaña de invierno, y el carácter mismo de la guerra como el incendio de las ciudades y la excitación al odio hacia el enemigo en el pueblo ruso, fueron otros tantos disparos que minaron el pedestal en que descansaba la gloria del ambicioso Bonaparte.

Un ejército de 800,000 hombres, el mejor del mundo, a cuya cabeza figuraba el más grande capitán del siglo, no debía ni podía sucumbir a manos de un enemigo débil, guiado por generales inexpertos; lo que nos admira hoy, no llamaba la atención de los contemporáneos, y los esfuerzos de los rusos y de los franceses tendían, por el contrario, a paralizar constantemente sus esperanzas de salvación. Los historiadores franceses que refieren esta campaña, han pretendido probar que no pasó inadvertido a Napoleón el peligro que entrañaba el internarse en Rusia, que lo que buscaba era librar batallas, que sus mariscales le invitaban a detenerse en Smolensko... etc, etc. Los autores rusos, por su parte, sostienen que, desde el principio de la invasión, la táctica de sus compatriotas se redujo a atraer, al modo de los escitas, a Napoleón al centro mismo del Imperio, y aducen, en apoyo de su opinión, un buen número de suposiciones y de deducciones sacadas de los acontecimientos que en aquella época se desarrollaron; pero estas suposiciones y estas deducciones carecen de valor, porque los hechos las desmienten.

Y, efectivamente, ¿qué es lo primero que vemos? Nuestros ejércitos sin comunicación entre sí, queriendo reunirse, aunque esa reunión no ofrece ninguna ventaja; el campamento de Drissa fortificado según la teoría de Pfuhl, con la idea bien determinada de no retirarse más allá; el emperador siguiendo al ejército, no con el propósito de ordenar la retirada, sino con el de animar a los soldados con su presencia, y disputar cada pulgada de terreno al invasor, sin dejar de censurar al general en jefe que sigue retirándose. ¿Cómo hubiera podido imaginarse un solo momento que Moscú iba a ser incendiado, o siquiera que el enemigo había entrado ya en Smolensko? Su irritación se desborda al enterarse de que no se ha librado ninguna batalla, a pesar del encuentro de los ejércitos, y que Smolensko ha sido tomada e incendiada. Los militares y el pueblo se indignan también de esa retirada incesante... y mientras tanto los hechos se cumplen, no por el zar o en virtud de un plan en el que nadie cree, sino a consecuencia de las intrigas, de los deseos y de los esfuerzos de los que obran impulsados por interés propio, o de los que ignoran lo que hacen.

Deseando los rusos reunir sus dos ejércitos antes de librar ninguna batalla, se retiraron hasta Smolensko, arrastrando a los franceses en su persecución; pero esta maniobra no obtiene el resultado apetecido, porque Barclay de Tolly es un alemán impopular; porque Bagration, que manda el segundo ejército, y que le aborrece, se resiste a someterse a las órdenes de un inferior, y retrasa todo lo posible esa unión de fuerzas. La presencia del emperador, lejos de despertar el entusiasmo, fomenta la discordia y destruye toda unidad de acción; Paulucci, que ambiciona el grado de general, consigue influirle; el plan de Pfuhl queda abandonado y la dirección del conjunto de las operaciones es confiada a Barclay de Tolly, a quien, por inspirar poca confianza, se le ponen limitaciones. Gracias a estas divisiones intestinas, a esas rivalidades y a la impopularidad del general en jefe, se hace imposible librar un combate decisivo, y mientras la irritación general aumenta, y con ella el odio de los alemanes, el sentimiento patriótico se despierta violentamente por doquier.

El emperador se separa del ejército, con el pretexto, el único y el mejor que se pudo encontrar, de despertar el entusiasmo del pueblo en las dos capitales, y su permanencia inesperada en Moscú contribuye de un modo eficaz a la organización de la futura resistencia del país.

La situación del comandante en jefe se complica cada día más: Bennigsen, el gran duque y un buen número de generales permanecen a su lado para vigilar sus actos y sostener, si fuera preciso, su energía; pero Barclay de Tolly, creyéndose incesantemente vigilado por el emperador, redobla la prudencia y evita toda batalla.

El cesarevitch censura esta conducta, pronuncia la palabra traición y exige un encuentro inmediato. Lobomirsky, Bronnitzky, Vlotzky y otros alborotan tanto, que, con el pretexto de entregar al emperador documentos importantes, Barclay despacha, uno tras otro, a los ayudantes de campo generales polacos y entra en lucha abierta con el gran duque y con Bennigsen.

A pesar de la oposición de Bagration, los ejércitos se reúnen al fin en Smolensko.

Bagration llega en coche a la casa que ocupa Barclay, y éste se ciñe la banda para recibirle; pero, en un impulso patriótico de abnegación, se somete a Barclay, lo cual no le impide opinar de distinto modo que él. Mantiene correspondencia directa con el emperador, y escribe a Araktcheieff lo siguiente. “A pesar del deseo de mi soberano, no puedo continuar más tiempo al lado del ministro -que de este modo llamaba a Barclay-. En nombre de Dios, enviadme a cualquiera parte o confiadme el mando de un regimiento; pero, por favor, sacadme de aquí. En el cuartel general hay exceso de alemanes que hacen la vida imposible a los rusos; es un barullo completo. Creía servir al emperador y la patria, pero es lo cierto que sólo sirvo a Barclay. No le serviré más; lo declaro francamente.” Los Bronntizky y los Wintzingerode han arrojado la manzana de la discordia entre los comandantes en jefe, impidiéndoles toda unidad de acción. Llega el momento de atacar a los franceses delante de Smolensko; envían un general para examinar la posición y ese general, enemigo de Barclay, pasa el día en casa de los comandantes de cuerpo, y, a su regreso, da un informe desfavorable sin haber visto siquiera el campo de batalla.

Mientras se intriga y se discute cual es el lugar más a propósito para el encuentro, y se procura descubrir dónde están los franceses, éstos caen sobre la división de Neverovsky y llegan hasta colocarse bajo los muros de Smolensko.

No se puede vacilar; para salvar nuestras comunicaciones es necesario combatir. Miles de hombres caen en la contienda y Smolensko queda abandonada contra la soberana voluntad y contra el deseo del pueblo. Los habitantes, engañados por el gobernador, incendian la ciudad. Arruinados y no acordándose más que de sus desdichas personales, se dirigen a Moscú para servir de ejemplo a sus hermanos y excitarles al odio al invasor. Mientras tanto sigue retirándose nuestro ejército, y Napoleón continúa avanzando sin sospechar el peligro que le amenaza... Y de este modo quedaron decididas la pérdida del emperador de los franceses y la salvación de Rusia."

lunes, 14 de noviembre de 2011

Elena Undone

Hará unos veinte años atrás, me dije que tenía todo lo que podía desear y no deseaba más, excepto libros.
Después se me compartió el gusto por la música y las películas.
Adoro algunas cintas, me encantan otras tantas canciones, y continúo amando los libros.

Hasta antes de un lustro atrás nunca había puesto atención a, cuando veía una película, fijar mi gusto en si la película era doblada al español o subtitulada, aunque creo que todas o casi todas deben haber sido subtituladas (soy un producto de Hollywood).
Por ese entonces se desveló definitivamente quien cambiaría mi vida para siempre. Ahora solo veo películas subtituladas. Y vivo con la confianza de escuchar en cualquier momento la risa de La Cascada Que Cae Riendo… en algún lugar del Laberinto.

Pero me he desviado casi completamente de lo que deseo traer a cuento hoy: tres películas que recién he visto; bueno, dos y una serie de televisión. Las dos cintas son americanas, la serie de televisión es alemana. Las tres van sobre un mismo tema, tema que durante toda mi vida, si bien no desconocí, si me fue hasta un cierto grado indiferente. Ahora el tema me involucra.
Las películas se titulan Loving Annabelle y Elena Undone, la serie de tv se titula Verbotene liebe (Forbidden love).
Si tienen oportunidad, véanlas.







Mientras que en otras partes del mundo, los asuntos alrededor de este tema giran en relación no ya a si es o no aceptable socialmente (se da por concluido que lo es), sino solo a su manejo social. Acá, en México, en su mayor parte seguimos no ya siquiera cuestionando su manejo social, sino a veces con el desatino de aventurarnos a plantear meros absurdos legales al respecto. Como casi siempre, México mira su ombligo, muy presuntuoso de sus tradiciones, tradiciones muchas que son meras costumbres desafortunadas.
Según el dicho popular, todos somos guadalupanos; siéndolo o no, debemos corregir a la iglesia y al Estado el que vayan condenando a nuestros hijos e hijas por tener el arrojo de pensar y decidir por sí mismos. Después de un par de siglos, seguimos en lo mismo. México tan moderno, y sin embargo tan tan atrasado (aquí viene siempre a mi mente la imágen de la mujer que defiende a su marido cuando la va golpeando: “¡Déjenlo, que él me puede pegar, para eso es mi marido!”).

En verdad, sabiendo que hay quienes gustan de los zapatos de color café, de quienes gustamos de los zapatos de color negro, de quienes gustan de los zapatos sin agujetas, de quienes solo disfrutan usando tenis, o de quienes usan zapatillas ¿puede en verdad alguien decir que unos u otros son mejores por el solo hecho de diferenciar su preferencia por los zapatos?
Por desgracia, hay muchos que creen que sí, que sí pueden diferenciar si alguien es mejor o no por sus meros gustos o preferencias. Y no solo creen que pueden diferenciarles, incluso creen que pueden juzgarles dignos o no de tener derechos. Que tontera.
La decencia, el decoro, se torna entonces en hipocresía disfrazada.

PD Por cierto, no puedo pasar sin agradecerlo públicamente: un viejo amigo ha regresado a mis manos después de haber ido literalmente de un lado al otro del océano. Mi gratitud a una de las más preciosas Brujas que he conocido, a la que le prometí contarle la historia de este libro, y el por qué de su significado para mí. Espero el momento de estar en su compañía, tomando un café, y relatarle esa historia.

PPD A propósito, me has reclamado el que no he venido siquiera a decir que estoy bien, pero, de la misma forma, puedo yo reclamarte lo mismo. X

viernes, 14 de octubre de 2011

Mi sueño espacial

Desde el balcón apenas puede decirse que algo se veía allá, del otro lado del mar. Fue más bien escuchar la radio lo que hizo que todos se enteraran de que el despegue había sido todo un éxito.
El licenciado Pérez, después de hacer como que algo había podido ver desde el balcón, tomando un gesto adusto regresó al salón.
Con un audible clic alguien apagó la radio.
En el salón, de techo alto, sostenido con vigas de madera, con paredes pintadas de color verde muy claro, los cuchicheos cesaron.
-Como habrán podido ver -empezó diciendo -, nuestros vecinos acaban de tomar la delantera con éxito -dijo señalando hacia el balcón -. Primero los rojos pusieron un hombre en el espacio. Ahora los gringos van camino de poner un hombre en la luna -. Pero nosotros no nos quedaremos atrás ¡no señor! Como todos ustedes saben, que para eso fueron citados, he recibido instrucciones del mismísimo señor Presidente de la República -y aquí señaló hacia el teléfono que estaba sobre una mesita, en una esquina de la habitación (uno de los veinticinco que había en todo el pueblo)-. Se le ha concedido a la ciudad de Catalina de las Tunas el alto honor de encabezar la que pasará a ser la más famosa institución de la patria -aquí hizo una pausa para darle dramatismo a la noticia-: la Agencia espacial nacional.
Las enhorabuenas no se hicieron esperar, y hasta uno o dos de los presentes aplaudieron. Todo fueron apretones de mano felicitándose los unos a los otros.

Después de dar un espacio para las felicitaciones, el licenciado Pérez continuó:
-Nos hemos de dar a la tarea, ipso facto, de formar la Mexican aeronautic and space administration, la MASA, como ya la ha nombrado así el director Lagunas aquí presente -dijo señalándolo -, nuestro ilustre Secretario de ciencias. Que no deberá confundirse con la agencia de los gringos –terminó diciendo, levantando un dedo para enfatizar.
Todos los presentes dirigieron la mirada hacia el susodicho, asintiendo, dando su aprobación, con lo que hicieron que el director Panfilo Lagunas se ruborizara ya que, después de haber sido consultado el primer momento por el licenciado Pérez acerca de cómo llamar a la que sería la agencia espacial, y después de consultar en el Libro de texto oficial del tercer año de secundaria, sin quebrarse mucho la cabeza decidió que una cosa bonita era seguir las tradiciones, pero que daría más lustre a su fama de hombre ilustrado, eso de llamar la agencia en inglés, la MASA.

-Como todos están enterados, y si no lo estaban, ahora sí lo están –continuó el licenciado Pérez -, he girado instrucciones a nuestro Secretario de economía, el licenciado Torreblanca, aquí presente –dijo señalándolo -, para que se dé a la tarea de establecer la partida inicial para la creación de la MASA.
El licenciado José Guadalupe Torreblanca, no fue tan afortunado como lo había sido el director Lagunas en recibir la aprobación de los presentes, ya que todos adivinaron, y adivinaron bien, que las demás partidas que componían el exiguo presupuesto, que era como decir sus respectivos bolsillos, se verían mermadas en beneficio de esta nueva partida.
El licenciado Torreblanca, que como  siempre no perdía la oportunidad de decir algo, aunque no tuviera nada que decir, dijo:
-Gracias Señor licenciado, colegas –empezó mirando primero al licenciado Pérez y después dirigiéndose a todos los demás -. Como es del conocimiento de todos ustedes nuestro presupuesto no es muy grande, la cobija no se puede estirar mucho. Así que después de haber consultado con los directores de las distintas áreas de la Secretaría a mi cargo, me inclino por establecer un nuevo impuesto. Este nuevo impuesto lo hemos llamado Impuesto tecnológico. Mandamos hacer sellos a la papelería El bicolor, y ya se está cobrando junto con todos los demás impuestos. Este impuesto evitará que se refleje dentro de las finanzas macroeconómicas de Catalina de las Tunas un desequilibrio que pudiera conducirnos a un período de inestabilidad financiera que…
-Bueno, bueno –le interrumpió el licenciado Pérez a quien eso de empezar a hablar de nuevos impuestos en público le daba mala espina pensando en los votantes. Siempre era mejor a la hora de la hora cobrar los impuestos, viejos y nuevos, sin mayor alboroto, que ponerse a anunciarlos. Era mejor limitarse al dicho: lo cáido, cáido.
-Ya hablaremos más en detalle de esas minucias financieras en otro momento – con lo que todos los presentes suspiraron aliviados de verse librado del discurso que el licenciado Torreblanca se disponía a endilgarles, aunque preocupados por la mención de ese nuevo impuesto que ya estaban cobrando. Todos tomaron nota mental de, al regresar a casa, no olvidar decirle a la esposa que, antes de pagar cualquier cosa, primero debía leer lo que estaba pagando ¡no fuera a ser que ya estuvieran pagando el dichoso impuesto y ellos ni por enterados!

-Ahora lo importante, que para eso se les mandó llamar –continuó diciendo el licenciado Pérez -, es formalizar el Comité técnico que comenzará a operar la MASA. El director Lagunas, como titular de la Secretaría de ciencias va a encabezar este Comité, bajo mi dirección por supuesto –dijo cediendo la palabra al director Lagunas.
-Primero, conforme la pertinencia política dicta –comenzó el director Lagunas -, la Secretaría a mi cargo, con la aprobación del Señor Presidente municipal, a partir de ya ha pasado a llamarse Secretaría de ciencia y tecnología –dijo haciendo énfasis al pronunciar la “y” -. Y para ir avanzando he encomendado a nuestro director de química y biología, el profesor Abundes que nos haga una exposición de los avances tecnológicos con que contamos y que servirán de base para futuras investigaciones que nos colocarán a la cabeza de la carrera espacial. Si nos hace el favor, profesor Abundes – dijo dando paso al profesor Felipe Abundes.

El profesor Abundes, al que con anticipación se le había encargado preparar una breve exhibición con la que daría inicio la presencia espacial de Catalina de las Tunas a nivel mundial, se adelantó hacia la mesa llevando una bolsita del mandado de la que sacó una cajita de cartón, sin tapa, casi totalmente llena de un polvo amarillento, del que cayó un poquito sobre la mesa.
El profesor Abundes se levantó los anteojos, que más tardaba en levantarlos que de nuevo resbalaban hasta quedar a punto de caer de su nariz, y comenzó:
-Gracias director Lagunas, Señor presidente municipal –dijo dirigiéndose a uno y a otro -, señores. Antes que nada deseo mencionarles que lo que en seguida verán no es sino una prueba muy superficial de nuestros conocimientos científicos, que ha sido preparada lo mejor posible dada la premura de ponernos en marcha en la carrera espacial. Ésta, a escala – dijo señalándoles la cajita de cartón -, es lo que técnicamente denominamos una plataforma de soporte y lanzamiento. Está construida de materiales muy resistentes al fuego y a la presión, con una estructura lo suficientemente rígida –dijo al tiempo que clavaba en el polvo un palito que había sacado de su saco -, para sostener el vehículo de exploración espacial. Como podrán ver…
-¿Es una caja de cartón, profesor Abundes? –interrumpió preguntando el licenciado Deltoro, titular de la Secretaría de comercio.
-Eh, sí. Verán, habíamos preparado una cosa un poco más formal, de madera, pero en un descuido uno de mis hijos le puso ruedas, un hilo con que jalarla y, en fin… Hemos debido improvisar.
-Y, ese polvo –preguntó el director Lagunas - ¿qué material es?
-Bueno, en realidad no es nada –contestó el profesor Abundes moviendo la mano para restar importancia al asunto –, es harina que tomé de la cocina de mi esposa, solo sirve para darle peso a la caja y sostener el palo, el soporte de anclaje quiero decir. Ahora, si me permiten continuar – siguió el profesor Abundes en un tono un poco molesto ya que comenzaba a enfadarse ante las interrupciones -, ésta es solamente una maqueta de demostración. Sobre la plataforma se sitúa el cohete que llevará al espacio el vehículo de exploración. Pablito, por favor, pásamelo –dijo dirigiéndose a un muchachito que se había quedado en la puerta.
Pablito, un chiquillo vivaracho, el estudiante más adelantado en química y consentido de la maestra Dorotea, que siempre veía con malos ojos al que osara llamarla por su nombre y no por Dorothy, que era como le gustaba que la llamaran, se adelantó y entregó al profesor Abundes una figura de plástico de unos veinte centímetros de alto.
-Eso es un muñeco, un Mickey Mouse –dijo el licenciado Pérez, que le gustaba presumir de haber llevado a sus hijos a Disneylandia en alguna ocasión.
-Eh, sí. Verán, para esta demostración habíamos pensado en utilizar una imagen de la Virgen, por aquello de que bendijera el comienzo de la carrera espacial de Catalina de las Tunas, pero después pensamos que… eso de prenderle fuego a la virgencita…
-Pues, como que no ¿verdad? –dijo el Padre Pompeyo, quien también había sido invitado a la reunión, alarmado de pensar siquiera en semejante sacrilegio.
-Pues sí, como que no – terminó el profesor Abundes -. En fin, si podemos continuar. Éste –dijo recargando la figura de plástico en el palito, sobre la caja de harina -, representa el cohete de exploración espacial. El cohete contiene combustibles muy explosivos, algo así como gasolinas de otro tipo, suficientes para llevar el vehículo de exploración espacial al espacio. Esta maqueta la hemos llenado de pólvora para la presentación.
-Válgame Dios –interrumpió escandalizado el Padre Pompeyo - ¿y habían pensado llenar de pólvora la imagen de la Virgen?
El silencio con que respondió el profesor Abundes fue más elocuente que cualquier otra respuesta que se le pudiera haber ocurrido.
-Contando con un presupuesto suficiente –continuó el profesor Abundes -, pensamos en comprar unas cinco computadoras, mediante la intermediación del licenciado Deltoro, y con la ayuda de Pablito, quién desde ahora está estudiando computación (a Pablito le habían dejado estudiar el libro Linux para Dummies que el director Lagunas había encargado a la capital apenas la víspera), esperamos que en un año o a lo sumo dos, contaremos con la capacidad técnica necesaria para enviar al espacio nuestro primer cohete de pruebas. Para esto, los talleres de la escuela, de herrería, de dibujo y de electricidad, ya están trabajando en el diseño y fabricación de ese cohete de pruebas. Por su parte, al taller de costura y confección se le ha dado la tarea de confeccionar los trajes espaciales. Teniendo todo esto, todo lo demás se resume en apretar el botón, o, si me permiten en este caso, a encender la mecha –terminó el profesor Abundes, tras de lo cual encendió un cerillo y teatralmente lo acercó a la mecha que salía por debajo de la figura de plástico.
Y la representación del cohete salió disparada… hasta el techo, donde rebotó y cayó al piso, casi encima del Secretario de salud, y de ahí fue el pandemónium. El muñeco, bien relleno de pólvora, fue de un lado al otro de la habitación, como buscapiés en un día de feria de la Inmaculada. Todo mundo pegó de saltos evitando salir chamuscado.

Medio restablecido el orden después de que Pablito de un escobazo despachurrara la corretiza de la maqueta de cohete espacial, y antes de que todos pudieran componerse, se presentó en la puerta del salón la señora de la casa, todavía sosteniendo la cuchara de madera con la que estaba revolviendo el chocolate para la cena cuando escuchó el ruidero.
-¡Martín! ¿Pues qué carambas estás haciendo que están armando semejante jolgorio?
-Nada, mujer, no es nada –respondió el licenciad Pérez -, yo me encargo.
-¡Que te encargas tú ni que tus narices! ¡Y ya está bueno! –siguió Doña Matilde, que tenía muy buenas migas con las señoras Secretarias, no así con sus respectivos maridos – A ver si tú y todos tus buenos para nada terminan su relajito –dijo Doña Matilde fulminando a unos y a otros, hasta que se topó con el Padre Pompeyo -. Usted no Padrecito, ya sabe que esta es su casa. ¿Pues qué carambas están haciendo? –preguntó viendo el desorden.
-Nada, mujer, nada, ya te dije –contestó el licenciado Pérez, que no le gustaba que ante sus subordinados su mujer mostrara quien mandaba en su casa -. Déjanos y sigue con tus cosas.
-¡Pues será nada, pero me terminas con tu relajo ahoritita! –dijo chasqueándole los dedos al licenciado Pérez. Después de un momento en que olió la pólvora quemada, se le iluminaron los ojos a Doña Matilde- ¡Ándale! ¡No me digas que andas con tu chorrada esa del espacio! Pero si ya de la capital te llamaron para decirte que terminaras con tu tontera esa de andar pidiendo dinero para tu agencia espacial esa…
-Ya, mujer ¡ya! –dijo mostrando fastidio el licenciado Pérez -. Tú no sabes de estas cosas. Señores, será para la siguiente vez que nos reunamos cuando terminemos con los detalles que quedan pendientes. Ahora, si me disculpan, debo ir a poner orden en la casa.
-¡Mira, tú¡ -dijo Doña Matilde que, como toda buena mujer, siempre debía decir la última palabra - ¡Pues sería buena cosa que empezaras a poner orden en la casa! ¡A ver si así al menos ayudas a barrer! ¡Y me terminas tu relajito a la de ya, o te me vas a dormir con el perro!

Estado Terrorista de Israel vs Palestina

Estos últimos días han sido de dolor, de desesperación, y de impotencia. El ESTADO TERRORISTA ISRAELÍ no ha parado de atacar e invadir Pales...