lunes, 6 de febrero de 2012

Perdido en la ciudad

Desperté sobresaltado.
Abrí los ojos, con la sensación de haber olvidado algo, o de haber perdido algo.
No, mi mochila aún estaba conmigo, en el asiento de al lado.
El autobús en el que viajaba estaba dentro de un túnel que no reconocí. Las luces de las paredes del túnel emitían un resplandor entre amarillento y anaranjado.
¡Diablos! Me había quedado dormido en el autobús de camino al trabajo, dejando atrás la parada donde siempre bajo. Me despabilé y miré en torno dentro del autobús. Al parecer me había quedado dormido ya un buen rato, porque ya casi no había pasajeros, iba casi vacío, cuando que aún va lleno cuando bajo en mi parada.
Salió del túnel y brilló el sol. Estimando la hora por la claridad que daba el sol, aún no era muy tarde, sería media mañana cuando mucho. Raro, el boulevard no iba a reventar de automóviles y otros autobuses como va siempre, en realidad, estaba casi vacío. Alcancé a ver dos autos que iban en la misma dirección que el autobús, y otros tres autos que pasaron en dirección contraria. No reconocí esa parte de la ciudad, si bien íbamos bordeando el parque que me es conocido. Me levanté del asiento y sin prestar atención al chofer, en la primera parada me bajé, nadie más bajó, solo yo. Al bajar me pareció que dentro del autobús solo quedaron dos o tres pasajeros más. Eso fue otra cosa rara.
Debía cruzar el boulevard para tomar otro transporte de regreso. Creo que fue en ese momento en que percibí que algo iba mal: además de que casi no había tráfico (no recuerdo haber visto pasar ningún vehículo en los segundos que estuve allí parado), además de eso, casi no había ruido, ni de la ciudad ni de los motores de los autos que seguramente debían andar por allí. Incluso recuerdo haber escuchado cantar un pájaro.
Había un puente peatonal que cruzaba casi por encima de donde estaba parado. Para subir a él debía pasar por una entrada que lucía obscura, que estaba en la base del puente, pero la base era más grande que lo necesario para ser solo la entrada del puente. Debía albergar algún tipo de comercio en su interior.

Del otro lado de la base del puente peatonal, la cinta gris de asfalto de una avenida se extendía interminable hacia ambos lados, más allá de donde podía ver. Con dos carriles de ida y dos de venida, divididos por la línea blanca intermitente común, separados por un camellón angosto cubierto de pasto descuidado. Hacia la izquierda, que era más o menos para donde debía ir yo, la avenida bajaba para desaparecer muy a lo lejos tras una pequeña loma, y hacia la derecha subía para terminar en una loma más cercana. Y estaba igual de vacía que el boulevard. No recuerdo haber visto que circulara ningún auto mientras estuve ahí.
Esta parte estaba a desnivel de donde me había bajado del autobús: el boulevard quedaba un piso arriba de donde ahora me encontraba. Así que la entrada en la base del puente me había llevado hacia abajo y no hacia arriba, hacia el puente.
De este lado era un edificio que, del otro lado, era la base del puente. De este lado parecía más bien un paradero de autobuses, con puertas de cristal reflejante y molduras blancas de aluminio, con un área de estacionamiento al frente. Pero no había ninguna forma de subir al puente peatonal. Alcanzaba a verlo desde allí, como si saliera desde el techo del edificio. No vi ningún autobús circulando, y para el caso, ningún otro vehículo.

Hacia mi izquierda, en el centro del camellón de la avenida, allá lejos, estaba una estación del tren subterráneo. Una construcción que semejaba una lata de concreto chaparra. Se llegaba a ella desde ambos lados de la avenida por otro puente peatonal que cruzaba toda la avenida. No alcancé a ver a nadie que entrara o saliera. En el tren subterráneo bien podía acercarme al trabajo, pero estaba demasiado lejos la estación-lata de concreto como para que me apeteciera ir caminando.

Enfrente del paradero estaba una especie de oficina militar, de un solo piso. Al menos la entrada estaba custodiada por soldados como para hacerme pensar que era una oficina militar. Fuera de los soldados, no había ningún cartel o anuncio que mencionara qué asuntos se manejaban allí. Me acerqué para que me orientaran acerca de qué camino seguir para ir al trabajo. En la entrada estaban tres soldados de uniforme color caqui, calzados con botas negras y con el fusil al hombro. Ni me cuestionaron ni me pusieron traba alguna para dejarme pasar. En el interior estaban cinco mujeres esperando ser atendidas. De aspecto indígena, con el cabello peinado en trenzas obscuras, con blusas claras y faldas con volantes de colores. Tres de ellas cargaban a su hijo dentro de su rebozo, que llevaban colgando a su espalda sobre su hombro. No había nadie más. No me prestaron más atención que el solo mirarme cuando entré. Como no había quien atendiera, ni a quien preguntarle, salí de nuevo a la avenida.
Podía intentar cruzar de nuevo por este lado del paradero de autobuses esperando subir al puente peatonal y cruza el boulevard para tomar allá un autobús que me llevase de regreso. Opté por preguntar entonces a los soldados. Uno de ellos me señaló una calle perpendicular a la avenida, que comenzaba de este lado de la calle (no me percaté de que existiera ninguna otra calle sobre la avenida, ni cerca ni lejos).

Caminé hacia la entrada de la calle. Era una calle con casas que tenían jardines al frente y estaban cercadas por rejas pintadas en colores blanco o amarillo. Cinco o seis casas desde la entrada, la calle torcía a la derecha. Caminé y doble la esquina. Acá la calle se convertía en un crucero que recuerdo haber visto antes en algún sueño.
Entonces pasó a mi lado, como salido de la nada, un autobús. Me pareció que era el de la ruta que podía dejarme en mi parada habitual. Pero pasó antes de que yo pudiera pensar siquiera en hacerle la parada.

Caminé adentrándome en la calle-crucero. Más adentro pasaban unas camionetas de pasajeros, que bajaban entrando por un túnel fuera de mi vista y salían de este lado para continuar su camino hacia mi derecha.
Cuando estuve a la altura de lo que debía ser la entrada del túnel por el que entraban las camionetas, no lo vi. En su lugar encontré un camino que era solo un andador peatonal que cruzaba un jardín, y bajaba tres escalones que daban a una puerta obscura, cerrada, en donde yo estaba seguro de haber visto que entraban las camionetas.

Entonces pasó otro autobús, y esta vez alcancé a hacerla la parada. El autobús, pues estaba seguro de que eso era cuando subí, parecía más grande por fuera que por dentro. Una vez que estuve arriba del autobús, vi que éste tenía más bien el tamaño de una camioneta grande de pasajeros. Pero cuando había visto el autobús al hacerle la parada, me había parecido de un tamaño normal, como todos los que abordo diario de camino al trabajo. Pero ya fijándome bien, en realidad el autobús-camioneta ni siquiera era eso, era una especie de carro de paseo de feria, de esos que no tienen puertas ni ventanas, solo asientos como para turistas y con un toldo de lona como techo.

No sé cómo, pero el carro de turistas entró en una de las casas, que terminó siendo una especie de museo que me pareció reconocer. Sí, ya antes había estado allí, paseando tomando de la mano a mi esposa y con mis hijos. Incluso pude ver dos o tres de los jarrones pintados por mi madre. ¿O no? De haberlos levantado, ahora no estoy muy seguro de haber hallado su firma en la base de ellos.
El autobús-carrito de feria circulaba dentro del museo, por salas abiertas a los turistas que recordaba haber visto cerradas cuando paseé antes, en algún tiempo en la prehistoria.
Como sea, el carrito de feria no me iba a llevar de regreso al trabajo, así que me bajé y salí de nuevo a la calle de las casitas cercadas por rejas. Regresé por donde había venido, de vuelta a la avenida con la oficina militar, con el paradero de autobuses enfrente, y que continuaba vacía. No había un alma fuera de los tres soldados uniformados de caqui que estaban a la entrada de la oficina militar. Con el puente peatonal allá arriba, inalcanzable.

Fue en ese momento cuando intenté recordar cómo había llegado hasta allí.
Hice memoria y no, no recordaba haber despertado aquella mañana. No recordaba haberme levantado de la cama, ni recordaba haberme vestido o haber tomado el desayuno. Tampoco recordaba haberme despedido de mi esposa como todas las mañanas, ni haber salido de casa.
Lo primero que recordaba de aquel día raro era aquel despertarme dentro del autobús, dentro del túnel, con aquella sensación de haber olvidado o perdido algo, sensación que pasó en ese momento de ser una ansiedad vaga a irse convirtiendo ahora en un dolor notable en el centro de mi estómago. ¿Me habría despertado por la mañana, o estaba aún durmiendo, soñando?
Otra cosa de la que me percaté en ese momento es que el sol seguía en el mismo lugar que cuando lo había visto dentro del autobús cuando había despertado. Era media mañana aún, pero podía jurar que debía ser ya la tarde juzgando por el tiempo que había transcurrido desde que me había bajado del autobús. Como no llevo reloj, no podía saber qué hora era, y no había nadie a quien preguntarle la hora.

¿Y si estaba aún soñando que estaba despierto? ¿Y si estaba soñando que había despertado camino al trabajo?
¡Quiero despertar!
¡Que alguien me ayude a despertar!

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