El licenciado Pérez, después de hacer como que algo había podido ver desde el balcón, tomando un gesto adusto regresó al salón.
Con un audible clic alguien apagó la radio.
En el salón, de techo alto, sostenido con vigas de madera, con paredes pintadas de color verde muy claro, los cuchicheos cesaron.
-Como habrán podido ver -empezó diciendo -, nuestros vecinos acaban de tomar la delantera con éxito -dijo señalando hacia el balcón -. Primero los rojos pusieron un hombre en el espacio. Ahora los gringos van camino de poner un hombre en la luna -. Pero nosotros no nos quedaremos atrás ¡no señor! Como todos ustedes saben, que para eso fueron citados, he recibido instrucciones del mismísimo señor Presidente de la República -y aquí señaló hacia el teléfono que estaba sobre una mesita, en una esquina de la habitación (uno de los veinticinco que había en todo el pueblo)-. Se le ha concedido a la ciudad de Catalina de las Tunas el alto honor de encabezar la que pasará a ser la más famosa institución de la patria -aquí hizo una pausa para darle dramatismo a la noticia-: la Agencia espacial nacional.
Las enhorabuenas no se hicieron esperar, y hasta uno o dos de los presentes aplaudieron. Todo fueron apretones de mano felicitándose los unos a los otros.
Después de dar un espacio para las felicitaciones, el licenciado Pérez continuó:
-Nos hemos de dar a la tarea, ipso facto, de formar la Mexican aeronautic and space administration, la MASA, como ya la ha nombrado así el director Lagunas aquí presente -dijo señalándolo -, nuestro ilustre Secretario de ciencias. Que no deberá confundirse con la agencia de los gringos –terminó diciendo, levantando un dedo para enfatizar.
Todos los presentes dirigieron la mirada hacia el susodicho, asintiendo, dando su aprobación, con lo que hicieron que el director Panfilo Lagunas se ruborizara ya que, después de haber sido consultado el primer momento por el licenciado Pérez acerca de cómo llamar a la que sería la agencia espacial, y después de consultar en el Libro de texto oficial del tercer año de secundaria, sin quebrarse mucho la cabeza decidió que una cosa bonita era seguir las tradiciones, pero que daría más lustre a su fama de hombre ilustrado, eso de llamar la agencia en inglés, la MASA.
-Como todos están enterados, y si no lo estaban, ahora sí lo están –continuó el licenciado Pérez -, he girado instrucciones a nuestro Secretario de economía, el licenciado Torreblanca, aquí presente –dijo señalándolo -, para que se dé a la tarea de establecer la partida inicial para la creación de la MASA.
El licenciado José Guadalupe Torreblanca, no fue tan afortunado como lo había sido el director Lagunas en recibir la aprobación de los presentes, ya que todos adivinaron, y adivinaron bien, que las demás partidas que componían el exiguo presupuesto, que era como decir sus respectivos bolsillos, se verían mermadas en beneficio de esta nueva partida.
El licenciado Torreblanca, que como siempre no perdía la oportunidad de decir algo, aunque no tuviera nada que decir, dijo:
-Gracias Señor licenciado, colegas –empezó mirando primero al licenciado Pérez y después dirigiéndose a todos los demás -. Como es del conocimiento de todos ustedes nuestro presupuesto no es muy grande, la cobija no se puede estirar mucho. Así que después de haber consultado con los directores de las distintas áreas de la Secretaría a mi cargo, me inclino por establecer un nuevo impuesto. Este nuevo impuesto lo hemos llamado Impuesto tecnológico. Mandamos hacer sellos a la papelería El bicolor, y ya se está cobrando junto con todos los demás impuestos. Este impuesto evitará que se refleje dentro de las finanzas macroeconómicas de Catalina de las Tunas un desequilibrio que pudiera conducirnos a un período de inestabilidad financiera que…
-Bueno, bueno –le interrumpió el licenciado Pérez a quien eso de empezar a hablar de nuevos impuestos en público le daba mala espina pensando en los votantes. Siempre era mejor a la hora de la hora cobrar los impuestos, viejos y nuevos, sin mayor alboroto, que ponerse a anunciarlos. Era mejor limitarse al dicho: lo cáido, cáido.
-Ya hablaremos más en detalle de esas minucias financieras en otro momento – con lo que todos los presentes suspiraron aliviados de verse librado del discurso que el licenciado Torreblanca se disponía a endilgarles, aunque preocupados por la mención de ese nuevo impuesto que ya estaban cobrando. Todos tomaron nota mental de, al regresar a casa, no olvidar decirle a la esposa que, antes de pagar cualquier cosa, primero debía leer lo que estaba pagando ¡no fuera a ser que ya estuvieran pagando el dichoso impuesto y ellos ni por enterados!
-Ahora lo importante, que para eso se les mandó llamar –continuó diciendo el licenciado Pérez -, es formalizar el Comité técnico que comenzará a operar la MASA. El director Lagunas, como titular de la Secretaría de ciencias va a encabezar este Comité, bajo mi dirección por supuesto –dijo cediendo la palabra al director Lagunas.
-Primero, conforme la pertinencia política dicta –comenzó el director Lagunas -, la Secretaría a mi cargo, con la aprobación del Señor Presidente municipal, a partir de ya ha pasado a llamarse Secretaría de ciencia y tecnología –dijo haciendo énfasis al pronunciar la “y” -. Y para ir avanzando he encomendado a nuestro director de química y biología, el profesor Abundes que nos haga una exposición de los avances tecnológicos con que contamos y que servirán de base para futuras investigaciones que nos colocarán a la cabeza de la carrera espacial. Si nos hace el favor, profesor Abundes – dijo dando paso al profesor Felipe Abundes.
El profesor Abundes, al que con anticipación se le había encargado preparar una breve exhibición con la que daría inicio la presencia espacial de Catalina de las Tunas a nivel mundial, se adelantó hacia la mesa llevando una bolsita del mandado de la que sacó una cajita de cartón, sin tapa, casi totalmente llena de un polvo amarillento, del que cayó un poquito sobre la mesa.
El profesor Abundes se levantó los anteojos, que más tardaba en levantarlos que de nuevo resbalaban hasta quedar a punto de caer de su nariz, y comenzó:
-Gracias director Lagunas, Señor presidente municipal –dijo dirigiéndose a uno y a otro -, señores. Antes que nada deseo mencionarles que lo que en seguida verán no es sino una prueba muy superficial de nuestros conocimientos científicos, que ha sido preparada lo mejor posible dada la premura de ponernos en marcha en la carrera espacial. Ésta, a escala – dijo señalándoles la cajita de cartón -, es lo que técnicamente denominamos una plataforma de soporte y lanzamiento. Está construida de materiales muy resistentes al fuego y a la presión, con una estructura lo suficientemente rígida –dijo al tiempo que clavaba en el polvo un palito que había sacado de su saco -, para sostener el vehículo de exploración espacial. Como podrán ver…
-¿Es una caja de cartón, profesor Abundes? –interrumpió preguntando el licenciado Deltoro, titular de la Secretaría de comercio.
-Eh, sí. Verán, habíamos preparado una cosa un poco más formal, de madera, pero en un descuido uno de mis hijos le puso ruedas, un hilo con que jalarla y, en fin… Hemos debido improvisar.
-Y, ese polvo –preguntó el director Lagunas - ¿qué material es?
-Bueno, en realidad no es nada –contestó el profesor Abundes moviendo la mano para restar importancia al asunto –, es harina que tomé de la cocina de mi esposa, solo sirve para darle peso a la caja y sostener el palo, el soporte de anclaje quiero decir. Ahora, si me permiten continuar – siguió el profesor Abundes en un tono un poco molesto ya que comenzaba a enfadarse ante las interrupciones -, ésta es solamente una maqueta de demostración. Sobre la plataforma se sitúa el cohete que llevará al espacio el vehículo de exploración. Pablito, por favor, pásamelo –dijo dirigiéndose a un muchachito que se había quedado en la puerta.
Pablito, un chiquillo vivaracho, el estudiante más adelantado en química y consentido de la maestra Dorotea, que siempre veía con malos ojos al que osara llamarla por su nombre y no por Dorothy, que era como le gustaba que la llamaran, se adelantó y entregó al profesor Abundes una figura de plástico de unos veinte centímetros de alto.
-Eso es un muñeco, un Mickey Mouse –dijo el licenciado Pérez, que le gustaba presumir de haber llevado a sus hijos a Disneylandia en alguna ocasión.
-Eh, sí. Verán, para esta demostración habíamos pensado en utilizar una imagen de la Virgen, por aquello de que bendijera el comienzo de la carrera espacial de Catalina de las Tunas, pero después pensamos que… eso de prenderle fuego a la virgencita…
-Pues, como que no ¿verdad? –dijo el Padre Pompeyo, quien también había sido invitado a la reunión, alarmado de pensar siquiera en semejante sacrilegio.
-Pues sí, como que no – terminó el profesor Abundes -. En fin, si podemos continuar. Éste –dijo recargando la figura de plástico en el palito, sobre la caja de harina -, representa el cohete de exploración espacial. El cohete contiene combustibles muy explosivos, algo así como gasolinas de otro tipo, suficientes para llevar el vehículo de exploración espacial al espacio. Esta maqueta la hemos llenado de pólvora para la presentación.
-Válgame Dios –interrumpió escandalizado el Padre Pompeyo - ¿y habían pensado llenar de pólvora la imagen de la Virgen?
El silencio con que respondió el profesor Abundes fue más elocuente que cualquier otra respuesta que se le pudiera haber ocurrido.
-Contando con un presupuesto suficiente –continuó el profesor Abundes -, pensamos en comprar unas cinco computadoras, mediante la intermediación del licenciado Deltoro, y con la ayuda de Pablito, quién desde ahora está estudiando computación (a Pablito le habían dejado estudiar el libro Linux para Dummies que el director Lagunas había encargado a la capital apenas la víspera), esperamos que en un año o a lo sumo dos, contaremos con la capacidad técnica necesaria para enviar al espacio nuestro primer cohete de pruebas. Para esto, los talleres de la escuela, de herrería, de dibujo y de electricidad, ya están trabajando en el diseño y fabricación de ese cohete de pruebas. Por su parte, al taller de costura y confección se le ha dado la tarea de confeccionar los trajes espaciales. Teniendo todo esto, todo lo demás se resume en apretar el botón, o, si me permiten en este caso, a encender la mecha –terminó el profesor Abundes, tras de lo cual encendió un cerillo y teatralmente lo acercó a la mecha que salía por debajo de la figura de plástico.
Y la representación del cohete salió disparada… hasta el techo, donde rebotó y cayó al piso, casi encima del Secretario de salud, y de ahí fue el pandemónium. El muñeco, bien relleno de pólvora, fue de un lado al otro de la habitación, como buscapiés en un día de feria de la Inmaculada. Todo mundo pegó de saltos evitando salir chamuscado.
Medio restablecido el orden después de que Pablito de un escobazo despachurrara la corretiza de la maqueta de cohete espacial, y antes de que todos pudieran componerse, se presentó en la puerta del salón la señora de la casa, todavía sosteniendo la cuchara de madera con la que estaba revolviendo el chocolate para la cena cuando escuchó el ruidero.
-¡Martín! ¿Pues qué carambas estás haciendo que están armando semejante jolgorio?
-Nada, mujer, no es nada –respondió el licenciad Pérez -, yo me encargo.
-¡Que te encargas tú ni que tus narices! ¡Y ya está bueno! –siguió Doña Matilde, que tenía muy buenas migas con las señoras Secretarias, no así con sus respectivos maridos – A ver si tú y todos tus buenos para nada terminan su relajito –dijo Doña Matilde fulminando a unos y a otros, hasta que se topó con el Padre Pompeyo -. Usted no Padrecito, ya sabe que esta es su casa. ¿Pues qué carambas están haciendo? –preguntó viendo el desorden.
-Nada, mujer, nada, ya te dije –contestó el licenciado Pérez, que no le gustaba que ante sus subordinados su mujer mostrara quien mandaba en su casa -. Déjanos y sigue con tus cosas.
-¡Pues será nada, pero me terminas con tu relajo ahoritita! –dijo chasqueándole los dedos al licenciado Pérez. Después de un momento en que olió la pólvora quemada, se le iluminaron los ojos a Doña Matilde- ¡Ándale! ¡No me digas que andas con tu chorrada esa del espacio! Pero si ya de la capital te llamaron para decirte que terminaras con tu tontera esa de andar pidiendo dinero para tu agencia espacial esa…
-Ya, mujer ¡ya! –dijo mostrando fastidio el licenciado Pérez -. Tú no sabes de estas cosas. Señores, será para la siguiente vez que nos reunamos cuando terminemos con los detalles que quedan pendientes. Ahora, si me disculpan, debo ir a poner orden en la casa.
-¡Mira, tú¡ -dijo Doña Matilde que, como toda buena mujer, siempre debía decir la última palabra - ¡Pues sería buena cosa que empezaras a poner orden en la casa! ¡A ver si así al menos ayudas a barrer! ¡Y me terminas tu relajito a la de ya, o te me vas a dormir con el perro!
-¡Mira, tú¡ -dijo Doña Matilde que, como toda buena mujer, siempre debía decir la última palabra - ¡Pues sería buena cosa que empezaras a poner orden en la casa! ¡A ver si así al menos ayudas a barrer! ¡Y me terminas tu relajito a la de ya, o te me vas a dormir con el perro!
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