jueves, 29 de diciembre de 2011

Guerra y Paz, León Tostoi

En junio de 1812, Napoleón se adentró en Rusia al mando de alrededor de 600,000 hombres y con más de 50,000 caballos. Su plan era concluir la guerra dentro de 20 días, derrotando a los rusos al forzarles a pelear en una gran batalla. Cuando alcanzó Moscú, en septiembre, más de 200,000 soldados franceses ya habían muerto. Napoleón cruzó hacia Polonia,derrotado, a inicios de diciembre del mismo 1812, con menos de 100,000 soldados de su ejército.

En la derrota de Francia en su campaña contra Rusia (1812), se tiene presente la logística con que Napoleón distribuía su ejército como falla principal: cuerpos móviles que podían concentrarse allá a donde se requirieran, generalmente para conformar el gran ejército en un solo cuerpo. Para evitar que las tropas fueran retrasadas por los carros de suministros, Napoleón insistía en que sus tropas se auto abastecieran lo más posible de los campos por los que transitaban (mientras que un soldado podía marchar de 15 a 20 millas al día, un carro de suministros estaba limitado a avanzar entre 10 y 12 millas al día). Estas unidades cuasi autónomas, moviéndose tan rápido como les era posible por distintos caminos, abasteciéndose a sí mismas de lo que encontraban en los caminos por los que pasaban, se movían ágiles, y coincidían frescas en su objetivo. Así se manejaban en Europa, pero, al adentrarse en Rusia, al toparse con pocos caminos por los que circular, malos y sin mantenimiento, tuvieron que avanzar por los mismos caminos los distintos cuerpos militares; así, mientras los primeros cuerpos que avanzaron pudieron abastecerse de lo que iban encontrando, no pudieron hacer así los siguientes cuerpos militares que transitaban por los mismos caminos: ya no encontraron con qué abastecerse.


León Tolstoi (Lev Nikolaevich Tolstoi) nos regala su visión de este acontecimiento en la Guerra y Paz (1869); en la parte I del capítulo V:

"¿Por qué había llevado Bonaparte sus ejércitos a Rusia? Porque estaba escrito que iría a Dresde, que la adulación lo trastornara, que se pondría un uniforme polaco, que sufriría la influencia embriagadora de una hermosa mañana de junio y, por fin, que la cólera había de dominarle en presencia de Kurakine y de Balachoff.

Considerábase ofendido personalmente, Alejandro se negaba a entablar negociaciones; Barclay de Tolly ponía todo su cuidado en mandar bien su ejército, no sólo por cumplir a conciencia su deber sino también para conquistar fama de gran capitán; porque habíale sido imposible resistir al deseo de dar una buena carrera al galope sobre una hermosa llanura... y así obraban todos, impulsados por sus disposiciones particulares, por sus costumbres o por su deseo. Sus temores, sus vanidades, sus alegrías, sus críticas, todos aquellos sentimientos, creyendo proceder a su libre albedrío, eran los instrumentos inconscientes de la historia. Tal es la suerte invariable de todos los agentes, tanto menos libres en su acción cuanto más elevada es su jerarquía social.

Los hombres de 1812 han desaparecido ya de sobre la tierra; sus intereses del momento no han dejado ningún rastro; pero los efectos históricos de aquella época son visibles y comprendemos por qué la Providencia asignó a cada individuo una misión que cumplir en la obra colosal, de que ni ellos, ni Alejandro, ni Napoleón tenían seguramente idea.

Ocioso sería discutir ahora las causas que ocasionaron el desastre de los franceses: sin duda alguna, su entrada en Rusia en un estación demasiado avanzada, la ausencia de preparativos para una campaña de invierno, y el carácter mismo de la guerra como el incendio de las ciudades y la excitación al odio hacia el enemigo en el pueblo ruso, fueron otros tantos disparos que minaron el pedestal en que descansaba la gloria del ambicioso Bonaparte.

Un ejército de 800,000 hombres, el mejor del mundo, a cuya cabeza figuraba el más grande capitán del siglo, no debía ni podía sucumbir a manos de un enemigo débil, guiado por generales inexpertos; lo que nos admira hoy, no llamaba la atención de los contemporáneos, y los esfuerzos de los rusos y de los franceses tendían, por el contrario, a paralizar constantemente sus esperanzas de salvación. Los historiadores franceses que refieren esta campaña, han pretendido probar que no pasó inadvertido a Napoleón el peligro que entrañaba el internarse en Rusia, que lo que buscaba era librar batallas, que sus mariscales le invitaban a detenerse en Smolensko... etc, etc. Los autores rusos, por su parte, sostienen que, desde el principio de la invasión, la táctica de sus compatriotas se redujo a atraer, al modo de los escitas, a Napoleón al centro mismo del Imperio, y aducen, en apoyo de su opinión, un buen número de suposiciones y de deducciones sacadas de los acontecimientos que en aquella época se desarrollaron; pero estas suposiciones y estas deducciones carecen de valor, porque los hechos las desmienten.

Y, efectivamente, ¿qué es lo primero que vemos? Nuestros ejércitos sin comunicación entre sí, queriendo reunirse, aunque esa reunión no ofrece ninguna ventaja; el campamento de Drissa fortificado según la teoría de Pfuhl, con la idea bien determinada de no retirarse más allá; el emperador siguiendo al ejército, no con el propósito de ordenar la retirada, sino con el de animar a los soldados con su presencia, y disputar cada pulgada de terreno al invasor, sin dejar de censurar al general en jefe que sigue retirándose. ¿Cómo hubiera podido imaginarse un solo momento que Moscú iba a ser incendiado, o siquiera que el enemigo había entrado ya en Smolensko? Su irritación se desborda al enterarse de que no se ha librado ninguna batalla, a pesar del encuentro de los ejércitos, y que Smolensko ha sido tomada e incendiada. Los militares y el pueblo se indignan también de esa retirada incesante... y mientras tanto los hechos se cumplen, no por el zar o en virtud de un plan en el que nadie cree, sino a consecuencia de las intrigas, de los deseos y de los esfuerzos de los que obran impulsados por interés propio, o de los que ignoran lo que hacen.

Deseando los rusos reunir sus dos ejércitos antes de librar ninguna batalla, se retiraron hasta Smolensko, arrastrando a los franceses en su persecución; pero esta maniobra no obtiene el resultado apetecido, porque Barclay de Tolly es un alemán impopular; porque Bagration, que manda el segundo ejército, y que le aborrece, se resiste a someterse a las órdenes de un inferior, y retrasa todo lo posible esa unión de fuerzas. La presencia del emperador, lejos de despertar el entusiasmo, fomenta la discordia y destruye toda unidad de acción; Paulucci, que ambiciona el grado de general, consigue influirle; el plan de Pfuhl queda abandonado y la dirección del conjunto de las operaciones es confiada a Barclay de Tolly, a quien, por inspirar poca confianza, se le ponen limitaciones. Gracias a estas divisiones intestinas, a esas rivalidades y a la impopularidad del general en jefe, se hace imposible librar un combate decisivo, y mientras la irritación general aumenta, y con ella el odio de los alemanes, el sentimiento patriótico se despierta violentamente por doquier.

El emperador se separa del ejército, con el pretexto, el único y el mejor que se pudo encontrar, de despertar el entusiasmo del pueblo en las dos capitales, y su permanencia inesperada en Moscú contribuye de un modo eficaz a la organización de la futura resistencia del país.

La situación del comandante en jefe se complica cada día más: Bennigsen, el gran duque y un buen número de generales permanecen a su lado para vigilar sus actos y sostener, si fuera preciso, su energía; pero Barclay de Tolly, creyéndose incesantemente vigilado por el emperador, redobla la prudencia y evita toda batalla.

El cesarevitch censura esta conducta, pronuncia la palabra traición y exige un encuentro inmediato. Lobomirsky, Bronnitzky, Vlotzky y otros alborotan tanto, que, con el pretexto de entregar al emperador documentos importantes, Barclay despacha, uno tras otro, a los ayudantes de campo generales polacos y entra en lucha abierta con el gran duque y con Bennigsen.

A pesar de la oposición de Bagration, los ejércitos se reúnen al fin en Smolensko.

Bagration llega en coche a la casa que ocupa Barclay, y éste se ciñe la banda para recibirle; pero, en un impulso patriótico de abnegación, se somete a Barclay, lo cual no le impide opinar de distinto modo que él. Mantiene correspondencia directa con el emperador, y escribe a Araktcheieff lo siguiente. “A pesar del deseo de mi soberano, no puedo continuar más tiempo al lado del ministro -que de este modo llamaba a Barclay-. En nombre de Dios, enviadme a cualquiera parte o confiadme el mando de un regimiento; pero, por favor, sacadme de aquí. En el cuartel general hay exceso de alemanes que hacen la vida imposible a los rusos; es un barullo completo. Creía servir al emperador y la patria, pero es lo cierto que sólo sirvo a Barclay. No le serviré más; lo declaro francamente.” Los Bronntizky y los Wintzingerode han arrojado la manzana de la discordia entre los comandantes en jefe, impidiéndoles toda unidad de acción. Llega el momento de atacar a los franceses delante de Smolensko; envían un general para examinar la posición y ese general, enemigo de Barclay, pasa el día en casa de los comandantes de cuerpo, y, a su regreso, da un informe desfavorable sin haber visto siquiera el campo de batalla.

Mientras se intriga y se discute cual es el lugar más a propósito para el encuentro, y se procura descubrir dónde están los franceses, éstos caen sobre la división de Neverovsky y llegan hasta colocarse bajo los muros de Smolensko.

No se puede vacilar; para salvar nuestras comunicaciones es necesario combatir. Miles de hombres caen en la contienda y Smolensko queda abandonada contra la soberana voluntad y contra el deseo del pueblo. Los habitantes, engañados por el gobernador, incendian la ciudad. Arruinados y no acordándose más que de sus desdichas personales, se dirigen a Moscú para servir de ejemplo a sus hermanos y excitarles al odio al invasor. Mientras tanto sigue retirándose nuestro ejército, y Napoleón continúa avanzando sin sospechar el peligro que le amenaza... Y de este modo quedaron decididas la pérdida del emperador de los franceses y la salvación de Rusia."

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