viernes, 21 de julio de 2017

Los monstruos no existen


Si alguien se empeña en insistir en que existen, tan sólo considere a alguno de ellos en nuestra época actual. Por ejemplo, el Monstruo de la Laguna Verde, o Negra, o del color que prefiera, para el caso resultará igual. Sin importar el color del que haya sido originalmente, para el día de hoy seguro es negra, o lodosa en aras de la precisión.

De haber existido, en sus buenos tiempos el tal Monstruo pudiera haber sido temible, digo temible para peces, sapos, ranas y alimañas de los alrededores. No puedo pensar en ningún Monstruo de cualquier Laguna que se preciara de serlo, que hubiera elegido alguna Laguna siquiera remotamente cerca de alguna urbanización.

De haber sido temible para la raza humana solo pudiera haber sido para proteger su entorno ecológico, su hogar, vaya. Y aún aceptando eso ¿se imaginan al Monstruo de la Laguna enfrentándose a una cuadrilla de operadores que mediante la fuerza bruta de una retro-excavadora pretendiera urbanizar su Laguna? ¿Pueden imaginarse al Monstruo de la Laguna enfrascado en el burocratismo de la oficina estatal de urbanismo, intentando hacer valer sus derechos sin contar con cuenta de catastro ni boleta alguna de pago predial o toma de agua? Vamos, siendo honestos, ni Green Peace podría haber hecho gran cosa por mantener la Laguna del tal Monstruo.

Pero bueno, cerremos los ojos por un momento a la realidad, y concedamos que remotamente el Monstruo pudiera haber mantenido su Laguna a salvo de la urbanización. Supongamos que la Laguna, como tal, pudiera existir al margen de la urbanización más próxima. Bueno, quizás la Laguna no estuviera al lado de un camino asfaltado, o rodeada de un camino de gravilla para que los vecinos se ejercitaran por las mañanas, haciendo jogging. Pero de seguro, muy seguro, la Laguna no se habría podido salvar de recibir las aguas residuales del poblado próximo. O de los desechos químicos, tóxicos, de la planta industrial construida al margen del poblado. Si el Monstruo por alguna fuerza sobrenatural hubiera podido sobrevivir a esos residuos tóxicos, es seguro que no hubieran podido sobrevivir esos peces, sapos y ranas de los que seguro se alimenta.

A menos claro, que sea herbívoro, vegetariano pues, para no ofenderlo. ¿Alguien de veras es tan ingenuo como para creer que los vegetales que constituyeran su dieta pudieran seguir creciendo en ese entorno hipotéticamente sobreviviente? Pero si ni siquiera Alaska se ha podido mantener incólume ante la avanzada de la humanidad que ha ido a escarbar, literalmente, en sus tierras en su sed de petróleo. ¿Y la Laguna? No pudo creer ni dentro del panorama más optimista que para estos momentos la Laguna no fuera otra cosa más que lodo esfangado ¿Se imaginan al Monstruo de la Laguna chapoteando en esa “Laguna”?

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¿Pueden imaginarse a un pobre Frankestain escudriñado a fondo, por escáner primero y después por resonancia magnética, para ser patentado, por partes de ensamblaje (como si de un juego de lego se tratara), por alguna compañía de tecnología de punta, coreana? ¿Se imaginan los anuncios publicitarios? Dirigidos a las amas de casa, algo así como:

“Olvídese de las tareas del hogar. Sin abrumarse con costosos y feos robots fundidos en metal o plástico. Lleve a su hogar el último grito de la tecnología biológica para que haga por usted todas esas tareas cansadas y aburridas de la casa. Deje atrás labores como lavar, planchar, sacudir, lavar la loza, etcétera. Presentamos nuestra totalmente nueva y flamante línea de Frankestains para aliviarla de todas esas cansadas y molestas tareas. (Pensando en la seguridad de su hogar y de su familia, nuestros productos no han sido modificados genéticamente).”
     Al calce una foto sonriente del tal Frankestain con mandil y sosteniendo el plumero en una mano y la aspiradora en la otra.

Pero me he desviado un poco de la idea que es el tema del presente artículo.

Acordarán conmigo en que es abrumadora la cantidad de novelas y cuentos acerca de vampiros que al día de hoy han sido publicadas. Y no es que sea aburrido el tema, ni mucho menos. El problema es la forma en que los escritores actuales han venido enfocando el tema de los vampiros. Ya no cuentan esas historias de terror que en su buena época comenzaron siendo. Eran buenas historias acerca de seres obscuros y tenebrosos. Seres nocturnos, predadores, que mantenían su existencia apenas al margen de la humanidad.

Pero ahora ¿vampiros que son figurines de alta costura en las páginas de las revistas de moda? ¿Vampiros atractivos y elegantes que son el deseo de toda chica adolescente, y no tan adolescente? ¿Vampiresas seductoras engalanadas con vestidos de lentejuelas, rojas o negras, o enfundadas en mallas y cortas minifaldas, o en sensuales conjuntos entallados de cuero negro? ¿Vampiros que, primero doblegados por su conciencia han dejado de alimentarse sanamente de buena sangre A, B u O positiva o negativa, o que, después, gracias a la tecnología pueden alimentarse de sangre sintética en sabores que van desde naranjada hasta piña colada? ¿Vampiros que, abrumados por remordimientos de conciencia, son incapaces de dar siquiera un sopapo a cualquier tipo o tipa que se les cruce por delante? ¿Vampiros millonarios dedicados casi por completo a la filantropía? Vamos, que el pobre Drácula volvería a caer muerto de un infarto en su ataúd de enterarse.

¿Dónde quedó el terrorífico Nosferatu, ese pobre diablo, contrahecho, carroñero, condenado a vivir en los albañales y refugiarse en los cementerios olvidados para proteger su existencia? ¿Dónde quedó esa raza de vampiros que debían ocultar su miserable ser con harapos y trapos malolientes rescatados de sepulturas recientes? ¿Dónde esos seres nocturnos por necesidad, que miraban con deleite la oportunidad de descabecharse a una sabrosa tipa para devolver a la humanidad el golpe, al menos un poco, de la amargura de sus miserables vidas?

¿Puede alguien imaginarse de la risa histérica que asoma a los labios del más centrado de los vampiros, cuando lee acerca de vampiros que tienen súper-poderes (como los de la Liga de la Justicia, de los cómics), que pueden leer la mente de todos los de su alrededor, y que pueden convertirse en murciélagos, ratas, niebla, o para el caso en perros pequinéses? ¿O que son capaces de correr más rápido que Flash, o que pueden volar como Supermán? En lugar de vestir de trajes de etiqueta y corbata de moño y seda, debieran ir vestidos con calzones rojos y mallas azules. Y ya en esto ¿alguien me puede decir desde cuándo quedaron excluidos de las leyes de la gravedad o de la relatividad los vampiros?

Con riesgo de levantar las críticas de las feministas, creo que las que más pueden salvarse de este juicio son las vampiresas. El grupo femenino en su conjunto siempre ha hecho ostentación de su vanidad, de los pocos escrúpulos que muestran una vez encumbradas en el poder, y de su falta de sensatez en muchos y muy variados asuntos. No puedo menos que anotar, en su desagravio, que ellas se ven condenadas por esos cambios hormonales propios de su género; y más, si pensamos que las pobres vampiresas encima se beben los cambios hormonales de sus víctimas, lo que debe resultar en un coctel corriendo por sus venas digno de cualquier laboratorio farmacéutico de punta.

Amparado en eso, sí puedo pensar en una vampiro que inmediatamente después de levantarse del ataúd, despuntando la noche, lo primero que hace es correr al espejo para retocar su maquillaje y aplicarse ese lápiz labial color rojo mujerzuela o morado viruela que parece serles común. Después de lo cual abrirá la primera revista de modas que tenga a su alcance para descubrir qué modelo, y de qué color, debe ser el vestido que se pondrá para esa noche que, por supuesto, debe ir con la moda que se imponga esa temporada, y que deba combinar con el color de sus zapatos de tacón, y con el color de sus ojos (en ese orden). Y ya en esto ¿cómo hará una vampiresa para maquillarse al espejo, y pegarse las pestañas postizas, si el mentado espejo se supone que no le devuelve reflejo alguno?

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En los tiempos de nuestros abuelos los monstruos se preciaban de sembrar el terror allá donde quiera que se aparecieran. Las brujas eran condenadas a chamuscarse en la hoguera de leña verde tan pronto se les comprobara que habían salido al mercado para hacerse de algún niño rechoncho y de buen color que seguramente haría una sabrosa sopa para la cena. Para eso, para condenarlas, no era necesario más trámite que la desinteresada acusación de algún buen vecino (siempre de intachable reputación), o de una honesta vecina (nada envidiosa, y por supuesto de reputísima reputación). Y contando con el fervor de algún locuaz devoto, que nunca faltaba, que anteponiendo lo insustancial de su fe por encima de cualquier prueba que demostrase la inocencia de la acusada por aplastante que fuera, terminaba confundiendo la gimnasia con la magnesia, y en el entredicho de la confusión mejor optaba por la seguridad del achicharramiento.

La diligencia de hacerse con la tal bruja, condenarla y hacerla chamusquina es una envidia para los ministerios públicos contemporáneos. En un tris tras el papeleo quedaba hecho, la causa resuelta y la pobre bruja convertida en cenizas. Y a por la siguiente, que en afán de perseguir brujas nadie descansaba ni para comer un hot-dog.

¿Se pueden imaginar ahora el calvario para cubrir los trámites? ¿Que pobre diablo se animaría a levantar la mano para denunciar a la bruja de su vecina que en bata, peinada a greñas, de calcetines y chanclas, y con sartén en mano, habla al sufrido marido y a los críos, a grito pelado y con palabrotas que ponen blanco al más pintado? ¿Que buen ciudadano no lo pensaría dos veces antes de enfrentarse a la Comisión de Derechos Humanos del barrio, o verse inmerso en el legalismo del debido proceso en el que, de descuidarse un pelo, le voltean el chirrión por el palito?

¿Quién el atrevido a presentar la denuncia, con el papeleo de por medio, en original y triplicado, con la copia azul para la defensa, la rosita para el archivo, y la amarilla para terminar sirviendo de porta-vasos al secretario en turno, y en horario de oficina descontadas las horas para desayuno, almuerzo y comida? La desinteresada vecina que presentase la acusación ¿con qué certificado en mano daría prueba de su reputísima reputación?

Y ya entrados en gastos ¿quién iba a ser el valiente para presentar la solicitud, pagando los derechos de por medio, para cerrar la plaza, o al menos la calle, en la que colocar la hoguera? ¿Y quién iba a cargar con el costo del tanque de gas portátil para prender la tarde, y continuar con un bailongo por la noche? Porque ni pensar en encargar leña, porque sería meterse en líos con la Secretaría protectora del Medio Ambiente y después andar a las hostias plantando arbolitos para no cargar con la multa. ¿Quién iba a perder el tiempo solicitando el permiso ante el Departamento de Bomberos para realizar el festival, la chamusquina o como se le quiera llamar?

¿Y cuál sería el departamento apropiado, de la iglesia de la esquina más cercana para solicitar su aval en dicho jolgorio? No fuera a ser que en el desorden de trámites terminara resultando que alguien trajera un exorcista antes que un piromano entusiasta.

Total, que tratándose de brujas, el día de hoy no veo quién se pudiera animar a meterse en el embrollo de denunciar a cualquiera de ellas. Y tratándose del pobre marido de alguna de ellas sería mejor y más fácil recomendarle el divorcio antes que levantar el acta por brujería.

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Y viendo lo anterior ¿hay alguien que pueda insistir con que los monstruos existen (muy al margen dejo lo de las brujas, porque entre brujas y brujas, mejor me divorcio de mi mujer)?

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